ARTÍCULOS DE MANUEL SIURANA

En este blog se recogen diversos artículos que han sido publicados por Manuel Siurana.

Friday, February 22, 2013

UN CATECISMO PLÁSTICO. EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN. PARTE 11, Estudio iconológico de las naves. La presencia de María.

LA PRESENCIA DE MARÍA

En el friso liso que recorre el entablamento de la nave central están escritas unas inscripciones relacionadas con la Virgen María. En el presbiterio figuran tres textos latinos: AVE MARIA + DOMINA NOSTRA A SACRO CORDE ORA PRO NOBIS + SANCTA MARIA (Ave María + Nuestra Señora del Sagrado Corazón ruega por nosotros + Santa María). En el lado de la Epístola existen otros dos textos: FACTA ES NOBIS DOMINA IN REFUGIUM ET IN ADJUTORIUM SPEI NOSTRAE (Te nos has hecho, Señora, refugio y ayuda de nuestra esperanza) y REGIS AETERNI MATER GRATOS NOS REDDE FILIO TUO[1] (Madre del Rey Eterno, haznos agradables a tu Hijo). Mientras que en el lado del Evangelio está escrito: ACCEDIS ANTE AUREUM HUMANAE RECONCILIATONIS ALTARE NON SOLUM ROGANS SED IMPERANS DOMINA NON ANCILLA[2] (Llegas ante el áureo altar de la reconciliación humana no tan sólo suplicando, sino gobernando; señora, no esclava). Se trata de frases que intentan expresar pensamientos que aluden a los títulos de Nuestra Señora. En ellas se remarcan dos ideas plenamente relacionadas con la advocación del templo, ya que, por un lado, se hace referencia al papel de María como refugio y esperanza[3] y, por otro, se quiere reafirmar una idea clave: María es “Señora” y no sierva, subrayando la autoridad o poder de la Virgen sobre el Corazón de su Hijo, lo que le permite acceder a Él como nadie puede hacerlo, de ahí que en las imágenes de devoción de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús se la represente sosteniendo en su mano ese Corazón.

Pero donde la presencia mariana adquiere más protagonismo es en las naves laterales.

Cuando se estaba concluyendo el templo, se comprobó que los muros laterales podían haberse ensanchado un poco más para dar cabida a los confesionarios y a algún altar, pero ya era un poco tarde, porque, para ello, se hubieran tenido que derruir los muros y volver a levantarlos, tarea ardua y cara, por lo que simplemente se optó por generar unos huecos lo suficientemente amplios para que cupiera una parte de los confesionarios que, de ese modo, no interferirían en el movimiento de fieles y en el desarrollo del culto. La decisión fue colocar seis confesionarios, tres por nave, distribuidos en los tramos pares, mientras que el resto de tramos quedarían decorados con mármoles. Recientemente, siendo superior de la Comunidad el Padre Juan Alomá MSC, se emprendió la decoración de los muros laterales de los tramos impares, optándose por la representación de temas marianos o con destacada presencia de la Virgen: Cristo en la cruz, Pentecostés, la Dormición de María y la Asunción.
Nombre del autor y año de ejecución

Las pinturas le fueron encargadas en 1990 al reputado artista, hoy director de la Llotja, Francesc Navarro Pérez-Dolz, quien las pintó sobre plafones de madera encastados en el muro y siguió una línea similar a la trazada por Francesc Labarta en las estaciones del Viacrucis, de modo que centró toda la atención en las figuras humanas, reduciendo el paisaje al máximo, usando colores extremadamente básicos y tendiendo a una geometrización de las figuras y especialmente de los ropajes.
 

En el primer tramo, envolviendo las puertas de subida y de bajada del camarín de la Virgen, adaptados al espacio que se ha de decorar, se representan sendas cortes de cuatro ángeles músicos (cada uno con un instrumento musical diferente), con cuatro palabras latinas que forman el inicio del Avemaría y que eran el saludo que el arcángel Gabriel le dedicó a la doncella de Nazaret antes de anunciarle que concebiría a Jesús: en el lado del Evangelio, AVE MARÍA, y en el de la Epístola, GRATIA PLENA.

Con estas pinturas se completa casi totalmente el ciclo de María, ya que en el Camarín, como luego veremos, se representan los temas que tienen una relación directa con el ciclo de la Natividad, en el presbiterio se muestra la escena principal en la que María interviene durante la vida pública de Cristo y en estas naves laterales se completa con la presencia de María en la Pasión de Cristo y en la Gloria. Pero vayamos por partes.
Crucifixión

En la nave del Evangelio están pintadas las escenas de la Crucifixión (tramo tercero) y de Pentecostés (tramo quinto). La escena de la crucifixión es una de las más representadas en la historia del arte cristiano y ofrece muchas secuencias, pero hay una en la que María adquiere un protagonismo básico y especial que le otorga un papel clave en la iglesia y esa es la aquí representada. Pero, antes de entrar en su significado, convendrá realizar una descripción global de la escena, ya que el autor se toma la licencia de, en un fondo lleno de personas que observan lo que ocurre y la lejanía de Jerusalén, representar dos secuencias en una, ya que en el lado derecho introduce una escena anecdótica, en la que dos soldados están jugándose a los dados las ropas de Cristo[4], mientras que otro (Longinos) sostiene la lanza que nos advierte de una tercera secuencia no representada[5]. En el lado izquierdo se muestran cuatro figuras de pie[6], una de las cuales es María y otra el apóstol Juan, a quien Jesús, desde lo alto de la cruz, les habla poco antes de morir. Se trata de uno de los momentos culminantes de la Crucifixión, cuando Jesús encargó a Juan que acogiera a su madre[7]. El tema es muy importante para el ciclo mariano, ya que en el pie de la cruz se produce una transmisión de poderes, puesto que Jesús nombra a su Madre (que es la personificación de la Iglesia[8]), madre de Juan (que en este caso personificaría a todos los hombres[9]) y a éste hijo de ella. De ese modo, por voluntad divina, María se convierte en nuestra Madre.
Pentecostés

La escena de Pentecostés (la Venida del Espíritu Santo) se desarrolla en dos secuencias, en la primera, que ocupa el plano central, la Virgen y los apóstoles están orando mientras, por obra del Espíritu Santo (simbolizado en una paloma que irradia luz desde el ángulo superior), reciben una llama sobre sus cabezas. En la parte superior una segunda secuencia muestra a los apóstoles dirigiéndose hacia los distintos confines del mundo. El tema de Pentecostés es un episodio básico para la Iglesia Católica, ya que significa su nacimiento verdadero sin la presencia física de Cristo. Es el momento en el que sus apóstoles reciben del Espíritu Santo la fuerza y el conocimiento que les hará capaces de extender la fe por todo el orbe. En ese sentido la presencia de la Virgen debe tomarse más como personificación de la Iglesia que como presencia individual[10], lo que le confiere mayor importancia y la eleva en dignidad; motivo por el que el episodio es básico en el ciclo iconográfico mariano, que lo introduce en los múltiples retablos dedicados a Nuestra Señora.
Dormición de la Virgen

En la nave de la Epístola están pintadas las escenas de la Dormición (tramo tercero) y de la Asunción de la Virgen (tramo cuarto), que forman dos secuencias de una misma historia. La Dormición (también llamada Tránsito o Muerte de la Virgen) se desarrolla en una única secuencia dentro de un espacio cerrado en el que María (dormida o difunta) yace sobre un lecho y los apóstoles desconsolados rezan o meditan ante ella en presencia de una mujer y un niño. El tema no fue tratado por los evangelios canónicos y su conocimiento nos ha llegado a través de los evangelios apócrifos y de la Leyenda Dorada, que no hacía más que recoger las tradiciones reflejadas en aquellos, por lo que no dejó de ser motivo de controversia[11] constante, lo que finalmente ha significado su poca divulgación y representación en los lugares sagrados.
Asunción de la Virgen

La escena de la Asunción muestra a María rodeada por seis ángeles mientras es llevada al cielo en cuerpo y alma tres días después de su muerte (o dormición), mientras que en la parte inferior se ven edificios y árboles. Al contrario que en el caso anterior, la escena ha sido infinidad de veces reproducida a lo largo de la historia del arte (y ha sido un tema básico en el ciclo mariano), a pesar de no estar recogida en las Sagradas Escrituras, haciéndose eco de los apócrifos, de la Leyenda Dorada[12] y de la arraigada tradición de celebrar esta fiesta, que no fue declarada artículo de fe hasta 1950. En muchas ocasiones, aunque no en este caso, en la parte superior se muestra a Dios Padre o a la Santísima Trinidad esperando su llegada a los cielos. El tema es sumamente trascendente ya que asegura la presencia física de María en el reino de los cielos.

Autor de los textos y fotografías: Manuel Siurana Roglán

NOTAS:
[1] La frase se encuentra en la página 235 del “Officia sanctorum ex speciali Summorum Pontificum concessione pro clero civitatis et dioecesis Aversanae”, editado en Nápoles, “ex typographia Josephi Severino”, en el año 1833.
[2] Esta frase procede de un sermón de San Pedro Damián, cuando comenta un versículo del Cantar de los Cantares (7,1) [“Detente, detente, Sulamita, detente para que te admiremos”], en cuyo momento el santo comenta: “Deteneos, en segundo lugar, en nombre de vuestro poder, porque el poderoso ha hecho en Vos grandes cosas; todo poder os ha sido dado sobre el cielo y sobre la tierra. ¿Puede oponerse a vuestro poder el poder divino que ha recibido de vuestra carne la carne que le ha hecho hombre? Vos avanzáis hacia el altar de la reconciliación, no sólo con oraciones, sino con órdenes, soberana más que sierva (non solum rogans sed imperans, domina non ancilla)”.
[3] En la Novena de Nuestra Señora se la invoca como “esperanza de los desesperados” y en el rito ordinario como “abogada de las causas difíciles y desesperadas”.
[4] El evangelista San Juan es quien más detalles da de la escena (Jn 19, 23-24).
[5] Nos referimos a la secuencia de la lanzada, que muestra el momento en que un centurión atravesó el costado derecho de Cristo, ya muerto. Tema relatado escuetamente por San Juan (Jn 19, 34), pero que en la tradición cristiana, desde la Leyenda Dorada, se ha enlazado con la figura del centurión (Longinos –por lanza en griego-), citado por los evangelios sinópticos, que exclamó “verdaderamente este hombre era justo” (Lc 23, 47), que luego se habría convertido al cristianismo y acabaría sufriendo el martirio.
[6] Al pie de la cruz, junto a la Virgen y San Juan, suelen representarse dos y, a veces, tres mujeres, de las que una suele identificarse con María Magdalena, a quien se distingue por llevar un manto de color rojo, la otra sería María de Cleofás y una tercera sería María Salomé.
[7] El propio Juan (Jn 19, 26-27) lo relata así: “… Jesús… dijo a su madre: - mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al discípulo: - ahí tienes a tu madre”.
[8] Tal como se menciona en la liturgia patrística: SAN ISIDORO, Alegorías 138, 139; en donde dice “María es la figura de la Iglesia”.
[9] La iconología cristiana medieval también utilizó la escena aquí descrita en otros sentidos, siendo destacable la personificación de la sinagoga, en la figura de Juan, y de la iglesia, en la figura de María, uniendo de ese modo el Antiguo y el Nuevo Testamento.
[10] La escena está relatada en los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 1-4), donde se indica que ellos (los apóstoles) estaban reunidos, sin mencionar la presencia de la Virgen. Aunque se ha tendido a considerar que la Virgen y otras mujeres también pudieron estar presentes, ya que en Hch 1, 14 se hace referencia a que solían reunirse conjuntamente para rezar.
[11] En el siglo XVII se produjo un pleito entre el famoso pintor barroco Caravaggio y la parroquia de Santa María della Scala de Roma que le encargó el tema, ya que, haciendo justicia a su merecida fama de pintor naturalista, el autor italiano utilizó como modelo para representar a la Virgen a una mujer que había acabado de morir, lo que disgustó sobremanera a sus clientes, que querían la imagen de una mujer más digna y profundamente dormida, que no muerta.
[12] En la Leyenda Dorada se afirma que a los tres días de la muerte de la Virgen, San Miguel le devolvió el alma y fue conducida al cielo.

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