UN CATECISMO PLÁSTICO. EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN. PARTE 5, Estudio iconológico del presbiterio. La bóveda absidial
ESTUDIO ICONOLÓGICO DEL PRESBITERIO
El presbiterio del
Santuario, todo él decorado, presenta dos zonas claramente diferenciadas, la
primera, recta, que es la continuación de la nave central y la segunda el
ábside semicircular, que es de menor anchura que la nave y que a su vez se
divide en dos partes principales separadas por el entablamento: la superior,
ocupada básicamente por la bóveda absidial y la inferior o cilíndrica.
La bóveda absidial
El pintor Francisco Labarta |
Las pinturas murales
del ábside fueron realizadas al fresco por el pintor Francisco Labarta Planas,
que en ese momento era profesor de la Facultad de Bellas Artes de Barcelona y
estaba decorando la iglesia de Santa Teresita en el barrio de Gracia[1].También
colaboraron con él, su yerno y su hijo. El cobro de la obra lo realizó por
metro cuadrado pintado.
Bóveda del ábside completa |
La bóveda absidial
muestra una impresionante composición pictórica al fresco estructurada en tres
pisos a partir de un eje vertical, que es la bisectriz de un triángulo
isósceles que forma el centro ideológico de la representación, que pretende
ofrecer un sencillo a la vez que trascendente mensaje[2],
en el que, con el protagonismo básico de la Santísima Trinidad, se combinan
diversos personajes relacionados con la advocación del Santuario, la
Congregación de los Misioneros del Sagrado Corazón, el Colegio San Miguel y su
claustro.
Eje central de la composición |
El eje central (la
bisectriz del triángulo) de arriba a abajo está formado por Dios Padre, el
Espíritu Santo, el Hijo y el arcángel San Miguel, pero el triángulo lo
completan las figuras de la Virgen María y de San José, que algo por debajo
flanquean a Cristo. Los pisos se adaptan a la superficie decorada y ocupan más
espacio en la parte inferior. El superior o supra celestial tiene dos únicos
protagonistas: Dios Padre y el Espíritu Santo, el intermedio engloba al Hijo,
María, José y otros muchos santos y personajes del Antiguo Testamento y el
inferior muestra tres zonas, las extremas, donde se representan personajes
vivos, las intermedias, donde aparecen moribundos o difuntos en brazos de
clérigos y personas piadosas y la central que reproduce el purgatorio, en el
que la figura de San Miguel centra la composición.
El autor, para abaratar
costes y de acuerdo con la comunidad, prescindió de la escenografía,
limitándose a representar un abigarrado conjunto de figuras, entre las que las
nubes son el único elemento complementario, a pesar de ello, la superposición y
el tamaño de los personajes es el recurso del que se sirve para generar una
cierta sensación espacial compositiva, en la que utiliza básicamente tonos
ocres y marrones, salvo casi exclusivamente en la representación de los ropajes
de Cristo, la Virgen y San José y en las llamas del infierno; lo cual es un
recurso para concentrar la atención del espectador en el mensaje básico de la
bóveda, en la que los personajes adquieren unas dimensiones adaptadas al
protagonismo que se les quiere otorgar. De manera que Dios Padre supera el
tamaño del resto de las figuras, seguido en un segundo nivel por Cristo, la
Virgen y San José, en un tercer nivel por San Miguel, San Juan y San Francisco
y en un cuarto nivel por el resto de las figuras representadas.
Figuras de la Santísima Trinidad |
El centro superior está
presidido por la Santísima Trinidad, en consonancia con la inscripción que
recorre el intradós del arco, +GLORIA
PATRI ET FILIO ET SPIRITUI SANCTO+.
En este caso, el autor recurre a una de las representaciones características de
este tema, la llamada Trinidad Paternitas:
Dios Padre en la parte superior con los brazos abiertos enmarcando al Hijo,
situado en la parte inferior y al Espíritu Santo, personificado en forma de
paloma[3],
entre ellos. La representación del Padre es imponente y se ajusta al modelo
tradicional surgido a partir del siglo XII, basado en una figura con rasgos de
hombre anciano con barba larga y aspecto patriarcal. Para la representación de
la imagen de Cristo se recurre a la que pareció más apropiada para este
Santuario, es decir, la advocación del Sagrado Corazón, de ahí todo el colorido
y complementos utilizados. Jesús aparece sentado, semicubierto con un manto de
color rojo al vuelo (en recuerdo de su pasión y muerte), mostrando las llagas
de las manos y un sagrado corazón[4]
envuelto en una luminosa aura.
A ambos lados de
Cristo, pero ligeramente más abajo se representan sus padres terrenales: María
(a su derecha) y José (a su izquierda), los dos con mantos azules en clara
referencia a su pureza. Asumen un papel intercesor, si bien, en este caso,
Labarta no acaba de lograr la completa integración de la escena al representar
a la Virgen muy ausente, como si se tratara de una imagen aislada, que tuviera
como objetivo principal resaltar su advocación como Inmaculada en consonancia
con la mayor parte de la iconografía que más adelante veremos en el cilindro.
La representación de José es muy devota, une sus manos y mira a Cristo, como si
estuviera orando o intercediendo por nuestras almas; su imagen se ajusta al modelo
tradicional prerrenacentista, basado en los evangelios apócrifos, en los que se
le describía como una persona anciana; el único símbolo que porta es un cayado
del que han brotado flores[5].
Grupo celestial del lado derecho |
En el cielo, entre
múltiples ángeles y putti (cabecitas
de ángeles con alas) se muestran una parte de los salvados, con un protagonismo
especial para San Juan Bautista y San Francisco de Asís. En el lado derecho de
Cristo destaca la figura de San Juan Bautista por delante de una serie de
grandes santos (posiblemente parte del apostolado) y destacados personajes del
Antiguo Testamento, entre los que son reconocibles Moisés y el rey David. No es
por ello extraño el rol del Bautista, a quien se considera el enlace entre el
Antiguo y el Nuevo Testamento, por ser tenido como el último de los profetas y
el primero de los santos, a la vez que el anunciador de Cristo. La imagen de
Juan, que aparece arrodillado y suplicante, se ajusta a una de sus
representaciones habituales, ya que va vestido con pieles de camello, ofrece un
aspecto desaliñado y, como anunciador de Cristo, porta una larga caña rematada
por una cruz[6].
Tras el Bautista se representan cinco santos, de los que dos portan libros y
uno de ellos por su juventud podría ser San Juan Evangelista, lo que induce a
pensar en la representación de una pequeña muestra del apostolado, entre los
que llama la atención la ausencia de San Pedro, a quien se pinta en la parte
exterior de la bóveda. El grupo lo completan Moisés (símbolo de la ley de
Dios), que está representado al modo patriarcal (con largas barbas), portando
las tablas de la ley y con rayos de luz que le brotan de su cabeza[7], y
David (símbolo de la oración), que cubre su cabeza con una corona real y toca
un arpa[8].
Grupo celestial del lado izquierdo |
En el lado izquierdo el
protagonismo es para San Francisco de Asís, que precede a diversos santos y
santas que representan a las Órdenes Religiosas, pero la mayoría sin atributos
que les identifiquen. San Francisco viste un hábito marrón y en su cordón se
muestran tres nudos, como símbolo de los votos religiosos de pobreza, caridad y
obediencia, además tiene una cruz a sus pies y en sus manos muestra los
estigmas de la Pasión[9].
Entre los monjes y monjas que le acompañan creemos reconocer la figura de Santa
Clara, que entre sus manos guardaría un copón con la Sagrada Forma[10] y
cuya presencia estaría más que justificada tanto por el protagonismo de San
Francisco de Asís[11],
como en recuerdo de la orden religiosa a la que perteneció el claustro del
colegio San Miguel[12].
Grupo de San Miguel ante la Virgen |
El centro de la zona
baja de la bóveda absidial está dedicado al arcángel San Miguel, representado
en el eje en el que están las Personas de la Trinidad y de mayor tamaño que el
resto de figuras. El joven santo arcángel está representado en el centro del
purgatorio dirigiendo su mirada hacia la Virgen María intercediendo por un alma
de la que cuida su ángel de la guarda, mientras que otras personas esperan su
turno envueltas en llamas. Tal como es habitual en su iconografía, va vestido
con una armadura y porta una espada al cinto, ya que este arcángel es la
representación habitual de la iglesia militante[13].
Su presencia en la composición también está más que justificada tanto por su
patronazgo sobre el colegio regentado por los Misioneros del Sagrado Corazón
como por el papel que le ha otorgado el cristianismo en su lucha contra el
pecado y en especial como intercesor para el Juicio Final y el acceso de las
almas a los cielos[14].
Grupo de los padres Chevalier y Verius |
En los dos extremos
inferiores se representan varios personajes, en oración o predicación. Entre
ellos se mezclan personas concretas y relevantes que no han sido canonizados,
junto a otras que tendrían un papel más genérico. La presencia cierta de los Padres Chevalier y Verius[15]
pintados bajo la figura del Bautista, induce a pensar que quienes les acompañan
tendrían que ver de algún modo u otro con el mecenazgo del claustro, del
primitivo hospital de San Juan de Dios en Barcelona o con los Misioneros del
Sagrado Corazón. El Padre Julio Chevalier adquiere un lógico protagonismo como
fundador de la Congregación de los Misioneros del Sagrado Corazón y es el único
de los representados que levanta el brazo como si quisiera mostrarnos su
doctrina que, en buena medida, es la que se plasma en el conjunto iconográfico
del ábside. A su lado y algo por detrás, la presencia del Padre Enrique Verius
corrobora el sentido misional de la Congregación. En este mismo sentido, es muy
posible que la representación de un obispo en el otro extremo obedezca a la
intención de reproducir a Don Pantaleón Monserrat, obispo de Barcelona que
apoyó la construcción del hospital de San Juan de Dios y bendijo la primitiva
capilla o bien a Don José Morgades, el obispo que requirió a los Misioneros del
Sagrado Corazón para que se instalaran en este convento. También es posible que
se quisiera representar a los mecenas de la obra. Otros personajes ataviados
más a la antigua, siguiendo este criterio, representarían a las familias que
impulsaron la construcción del convento y el claustro de las Hermanas Clarisas
y a su fundadora, Sor Rafaela Pagés. La presencia de un rey devoto con la
corona y el cetro a un lado (en señal de sumisión al poder de Dios), respondería
al apoyo que la monarquía otorgó a la construcción del convento y del claustro.
Escenas relacionadas con la misericordia
Entre los grupos de
figuras de los extremos y la zona central en la que se muestra el purgatorio,
aparecen diversas escenas que tienen un nexo común: la misericordia personificada
por cuatro figuras que ayudan a bien morir (un monje, una seglar, una monja y
un sacerdote) y por cuatro moribundos (un hombre de armas, un niño, un anciano
y unos indígenas africanos) que están en sus brazos. Con estas escenas el autor
pretende agrupar un elenco de personas vivas que ejercen el ministerio común a
Santa Clara, a San Juan de Dios y a los Misioneros del Sagrado Corazón: la
misericordia hacia los más necesitados y desvalidos.
De ese modo, una visión
global de la bóveda absidial resumiría una parte importante de la
espiritualidad del Padre Chevalier, basada en el amor misericordioso de Dios
hacia los hombres, plasmado en su Sagrado Corazón, que no podría desatender la
intermediación de su Madre, Nuestra Señora del Sagrado Corazón, a quien el
arcángel San Miguel presentaría las almas de los pecadores arrepentidos, que
previamente y en vida habrían sido misional y misericordiosamente atendidos y
por quienes oraría una multitud de gente piadosa.
Para lograr la
integración de toda la composición, el autor establece una serie de nexos de
unión entre los diversos grupos de personajes y los estratos de la obra. En
este sentido el protagonismo inicial sería para el Padre Chevalier, que,
mirando al espectador, estaría predicando la misericordia al prójimo y el amor
al Sagrado Corazón a través de la oración a Nuestra Señora, lo cual quedaría
reflejado en las escenas de la parte terrenal, donde algunas figuras dirigen su
mirada o su gesto hacia la zona superior, como si tuvieran la fortuna de tener
esa visión celestial que nosotros también observamos. De ese modo, en la zona
central se establecería un nuevo juego de miradas ascendentes que enlazarían a
unas figuras con otras: el ángel de la guarda presentaría el alma de su
protegido a San Miguel, quien a su vez la elevaría a Nuestra Señora.
El Greco. Entierro del Conde de Orgaz |
La composición ofrece
determinadas relaciones con el cuadro del Greco, titulado el Entierro del Conde
de Orgaz, que con toda seguridad debió servir de fuente de inspiración para el
autor de las pinturas de esta bóveda absidial. Al igual que en el famoso cuadro
toledano, aquí el autor contrapone un mundo terrenal y otro celestial, en el
que sitúa a la Trinidad y a diversos personajes del Antiguo y del Nuevo
Testamento. Así mismo, dispone las figuras de forma aglomerada y utiliza una
composición lineal, aunque diferente a la del Greco, para distribuir a los
personajes. Además el pintor crea un juego de miradas y gestos que enlazan unas
escenas y unos mundos con otros, como también hace el pintor cretense. Es
también destacable la coincidencia en el protagonismo otorgado a San Juan
Bautista, que podría quedar matizada por su reconocido papel como primer santo
en alcanzar el cielo, venido desde el limbo[16] o
desde el purgatorio. La gesticulación de algunas de las figuras también parece
tributaria del manierismo del famoso cuadro toledano e incluso la actitud o
disposición de algunas escenas, como la del personaje con armadura en brazos de
un noble o algunos ángeles, que recuerdan enormemente al Greco. En cuanto a la
temática las relaciones también son evidentes, pues en ambos casos se concreta
en la llegada de un alma a los cielos, aunque en ese caso el enfoque del gran
genio afincado en Toledo era más osado, ya que planteaba la muerte como un
nacimiento casi natural a otra vida, en tanto que en el Santuario se propone un
proceso más complejo en el que la misericordia y la oración son indispensables.
Rafael. El Triunfo de la Eucaristía |
Otra obra con la que existen
múltiples relaciones es el famoso fresco titulado El Triunfo de la Eucaristía,
que el genial Rafael Sanzio pintó en una de las estancias del Vaticano. La
inspiración es múltiple, comenzando por la composición basada en un eje
ideológico central y en un sistema triangular presidido por la Santísima
Trinidad, siguiendo por la distribución de las figuras en tres estratos,
combinando escenas terrenales, con celestiales y supracelestiales y concluyendo
con la representación de determinados personajes y símbolos en el cielo.
Imágenes de San Pedro y San Pablo
Fuera de la bóveda
absidial, pero enmarcando sus esquinas superiores, se reproducen, también al
fresco, otras dos figuras a las que el autor saca del Cielo para otorgarles un
protagonismo especial en el conjunto del presbiterio. Se trata de San Pedro y
San Pablo, a quienes la iconografía cristiana considera los dos principales
baluartes de la Iglesia. El primero elegido por Jesús como referente en la
tierra y como representante del sustrato judío original y el segundo como
principal divulgador de la Fe entre los gentiles. Por lo que es corriente que
ambos aparezcan en las portadas, en los retablos y en otras muchas
representaciones, siempre Pedro a la derecha del altar y Pablo a la izquierda,
puesto que Pedro, el directamente escogido por Jesús, simbolizaría la palabra
de Dios, el Evangelio (antiguamente leído desde el lado derecho del altar) y
Pablo, el autor de la mayoría de las epístolas, simbolizaría la palabra de los
hombres (antiguamente leída desde el lado izquierdo del altar)[17].
A ambos se les pinta con sus principales atributos, que les hacen plenamente
reconocibles: las llaves para San Pedro[18] y
la espada para San Pablo[19].
Autor de los textos y fotografías: Manuel Siurana Roglán
NOTAS:
[1] El pintor Francisco Labarta Planas (1883-1963)
combinó la acción docente con la práctica de la pintura, tanto de cuadros, en
los que alcanzó éxito como pintor de paisajes y desnudos femeninos, como de
pinturas murales, entre las que realizó la decoración del Palacio Nacional de
Montjuïc y la iglesia de Caldetas, cuyas figuras, que no disposición, sirvieron
de modelo para los personajes pintados en el Santuario. También fue un
destacado colaborador de revistas satíricas catalanas como L’Esquella de la
Torratxa.
[2] El Padre Esteban Salvador y el resto de la Comunidad
MSC explicaron al pintor Labarta el mensaje que querían que transmitieran las
pinturas, remarcando “el significado del
título de Nuestra Señora por su intervención cerca del Corazón de Jesús para
alcanzarnos las gracias” [SALVADOR, E, op.
cit].
[3] El tema de la Trinidad está sugerido en la escena de
la Transfiguración, pero la habitual representación del Espíritu Santo
personificado en una paloma tiene su origen en la escena del bautismo de Cristo
relatada por el evangelista San Mateo (Mt 3, 16).
[4] La representación de un corazón en el arte, se trate
de un tema profano o religioso, siempre simboliza el amor y, si de él salen
llamas, el mensaje es el de un amor ardiente. A partir del siglo XVII, con la
divulgación del culto al Sagrado Corazón de Jesús, la iconografía cristiana
popularizó la representación de Cristo con un corazón ardiente rodeado por una corona
de espinas y en ocasiones atravesado con tres clavos.
[5] A pesar de que el tema fuera condenado por el
Concilio de Trento, siguiendo el relato de los evangelios apócrifos, es
habitual la representación de San José con un bastón del que han brotado flores,
como signo para su elección como esposo de María; siendo muy probable que el
tema se inspirase en el florecimiento de la vara de Aarón (Núm. 17, 16-28).
[6] La iconografía de Juan el Bautista está basada en el
relato que se realiza en el Evangelio de San Lucas (Lc 7, 24-27), cuando Jesús
elogia su figura y de manera retórica pregunta a la gente ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el
viento?... ¿Un hombre lujosamente vestido?, contestándose luego que Juan
era más que un profeta, el mensajero que preparará
el camino. San Juan Bautista suele adquirir mucho protagonismo en las
representaciones de los juicios finales y de la corte celestial, ya que es
considerado el primer santo, por lo que en el mundo del arte ha sido corriente
su representación en las escenas que reproducen el Descenso a los Infiernos,
cuando es el primero rescatado por Cristo.
[7] Moisés es el personaje del Antiguo Testamento más
representado en la iconografía cristiana porque en algunas ocasiones es
considerado una prefiguración de Cristo (así se le trató al establecer un
paralelismo narrativo en la Capilla Sixtina) y en otras de San Pedro. Su
iconografía está basada en el libro del Éxodo (Éx 34, 29-30), cuando se relata
su regreso del monte Sinaí con las dos
tablas del testimonio en su mano y con un rostro que irradiaba luminosidad por haber hablado con el Señor.
[8] Al rey David en alguna ocasión también se le
considera una prefiguración de Cristo, pero ante todo y sobre todo es parte de
su estirpe al ser el hijo de Jesé, de quien Isaías profetizó que nacería el
Mesías (Is, 11, 1-3). Es habitual su representación como músico que toca el
arpa, tal como lo describía Samuel (1 Sm 16, 23).
[9] Tomás de Celano (siglo XIII), el biógrafo de San
Francisco de Asís, narró que el santo tuvo una visión en la que se le apareció
un serafín a la vez que de manera simultánea se le reprodujeron las llagas de
la Pasión o estigmas; si bien el también franciscano San Buenaventura
(1217-1274), identificó la figura del serafín con el propio Cristo en la cruz,
de ahí que junto al santo se represente un crucifijo.
[10] La Leyenda
Dorada, escrita por Jacobo de la Vorágine (siglo XIII), narra la historia
de 180 santos, entre los que está Santa Clara, quien, cuando los musulmanes
atacaron Asís, salió del convento portando un cáliz o un copón con la Sagrada
Forma, provocando la derrota de los invasores.
[11] La elección de la figura de San Francisco de Asís es
atribuible a su papel como fundador de la orden franciscana, sin que pueda
descartarse una querencia especial del autor de los frescos (Francisco Labarta)
por su santo patrón.
[12] El magnífico claustro gótico del Colegio San Miguel,
construido a finales del siglo XV (en 1494 aún se trabajaba en él) por Bartomeu
Mas, con la ayuda de Gaspar Montmany y otros arquitectos, formaba parte del
convento de las monjas franciscanas o clarisas y fue acabado de trasladar a su
emplazamiento actual en 1872.
[13] San Miguel (¡Quién como Dios!), suele ir ataviado con
ornamentos militares porque, según relata el Apocalipsis, fue el encargado de
derrotar al demonio: “Se trabó entonces
en el cielo una batalla: Miguel y sus ángeles entablaron combate contra el
dragón. Lucharon encarnizadamente el dragón y sus ángeles, pero fueron
derrotados y los arrojaron del cielo para siempre. Y el gran dragón, que es la
antigua serpiente, que tiene por nombre Diablo y Satanás y anda seduciendo a
todo el mundo, fue precipitado a la tierra junto con sus ángeles”. (Ap
12,7-9).
[14] “En diversos
momentos de la historia y en especial en el siglo XIV la Iglesia proclamaba que
al cesar la vida, el alma se presentaba ante el Señor en una primera
comparecencia. Entre ésta y el Juicio Final transcurría un plazo de tiempo en
el que podía influirse desde la tierra para decidir el destino definitivo del
alma del difunto. De ese modo, a través de la oración y del sacrificio de la
misa, se podía interceder en tan crucial decisión” [Thomson Llisterri,
Teresa, en BORRÁS, G. SIURANA, M. THOMSON, T. La iglesia de Santa María la Mayor de Caspe, Zaragoza, 2012, pg.
313].
[15] El Padre Enrico Stanislao Verjus, uno de los más
destacados miembros de la Congregación de Misioneros del Sagrado Corazón, nació
en Oleggio (Novara, Italia) el día 30 de agosto de 1860, siendo ordenado
sacerdote en el año 1883. En 1884 se trasladó como misionero a evangelizar
Nueva Guinea, donde fue nombrado obispo en 1889. Desgraciadamente en abril de
1892 enfermó gravemente, falleciendo el 13 de noviembre de 1892 en Oleggio.
[16] El limbo (del latín limbus, que significa orilla) era el lugar situado junto al
infierno donde, según los primeros Padres de la Iglesia, se encontraban todas
las personas justas muertas antes del Descenso de Cristo a los Infiernos para
salvar a todos los hombres. El 19 de abril de 2007 la Comisión Teológica
Internacional indicó que la existencia del limbo era una simple hipótesis
teológica que no podía tomarse como dogma de fe.
[17] La preeminencia de la palabra de Dios sobre la
palabra de los hombres, durante la antigüedad y hasta el Concilio Vaticano II,
generó la costumbre sexista de que los varones se situaran en la que se llamó
nave del Evangelio (lado de San Pedro) y las mujeres en la llamada nave de la
Epístola (lado de San Pablo).
[18] El símbolo de Pedro con las llaves proviene del
lenguaje figurado utilizado por Cristo, cuando le encarga la misión de
representarle en la tierra, que queda relatado en el evangelio de San Mateo (Mt
16, 19): Te daré las llaves del reino de
los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que
desates en la tierra quedará desatado en el cielo. La tradición y el arte
hicieron el resto. Una de las llaves sería de oro (como símbolo del poder de
absolución) y la otra sería de plata (como símbolo del poder de excomunión).
[19] La representación de Pablo con una espada responde a
tres razones, la primera que hasta su conversión (Hch 9, 1-9) fue perseguidor
de cristianos, la segunda por su ardor evangelizador y la tercera y básica
porque, según la tradición, al ser ciudadano romano, fue martirizado
decapitándole con una espada.
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