VALDERROBRES, UNO DE LOS PUEBLOS MÁS BONITOS DE ESPAÑA, Por Manuel Siurana Roglán
El titular del periódico LA COMARCA acaba de anunciar que “Valderrobres ya es uno de los pueblos más bonitos de España”. Se trata del reconocimiento oficial de una realidad evidente y creo que objetiva. Aunque tal vez no sea yo el más indicado para hablar de objetividad en este caso, si tenemos en cuenta que no hace muchas semanas en una encuesta me preguntaron que a dónde querría ir de viaje, a lo que respondí que a Egipto para ver los restos de su gran cultural faraónica, a Grecia para contemplar la cuna de nuestra civilización y a Valderrobres, porque es donde mejor me siento.
Creo que afirmar que determinado
sitio es el lugar donde mejor te sientes es lo más positivo que podemos llegar
a decir de un pueblo y eso es lo que sentimos una gran mayoría de aquellos que
por determinadas circunstancias tuvimos que abandonar nuestro lugar de origen.
Pero… ¿qué tiene Valderrobres que no tengan otros sitios?, ¿qué podemos
encontrar en Valderrobres que no podamos encontrar en otros lugares? Partiendo
de la idea de que cada lugar es singular por sí mismo y que, si queremos mirar
la botella medio llena, en todos los rincones del mundo hay enclaves
maravillosos, ¿qué hay de maravilloso o excepcional en Valderrobres? Y es en
este punto donde la respuesta de nuevo puede llegar a ser muy compleja, aunque
intentaré explicar lo que siento (con subjetividad) y pienso (con objetividad).
Ya he afirmado en otras muchas
ocasiones que Valderrobres es una zona de transición y mestizaje, un pueblo
entre decenas de mundos, con la riqueza que ello representa. Su climatología está
a caballo entre lo mediterráneo y lo continental. El pueblo está elevado, pero
no tanto. Su huerta es o ha sido fructífera, en sus campos pueden contemplarse
todos los productos del paisaje mediterráneo continental: los almendros, el
cereal, la vid y la olivera. ¡Qué agradable que resulta recorrer esos campos,
beber esos vinos y degustar sus aceites! Los valles de la partida de los Santos
se alternan con las zonas abruptas de San Miguel. Los pinos y encinas completan
un nutrido paisaje boscoso, que es un don de Dios. Nuestros ríos, porque
tenemos ni más ni menos que tres (Matarraña, Pena y Tastavins), llevan aguas
cristalinas y son de los más ecológicos del sistema mediterráneo,
proporcionando atractivos añadidos, como el Salt (que es tanto de Valderrobres
como de La Portellada), el pantano o un poquito más lejos (con el permiso de
nuestros casi hermanos de Beceite) el Parrizal.
Pero, a través de la intervención
humana que generación tras generación ha dejado su impronta, los paisajes
naturales se transforman en paisajes culturales por medio de la construcción de
caminos y veredas, poblados y masías, puentes y carreteras, casas y monumentos
singulares. Difícilmente entenderíamos el valor patrimonial de Valderrobres sin
contar con esas aportaciones que nuestros antepasados nos han legado.
Valderrobres reúne el más importante conjunto arquitectónico formado por una
iglesia y un castillo de todo Aragón, realizado en estilo gótico mediterráneo,
más oriental que occidental. Gótico que se complementa con uno de los más
impresionantes puentes de piedra (¡menudos tajamares!) y con los restos de la
antigua muralla aún visibles en varios portales, torreones y muros de las
casas. Por si eso fuera poco, también contamos con uno de los más destacados
monumentos civiles del renacimiento aragonés, más occidental que oriental, el
ayuntamiento (desigualmente reproducido en el Pueblo Español de Barcelona).
Tenemos también un trazado urbano sin igual, lleno de cuestas y callejuelas
empedradas, denostadas por los lugareños, pero alabadas por quienes nos
visitan, que en su recorrido se sienten transportados en el tiempo. En todas
ellas existen detalles de gran belleza.
A pesar de todo, el principal
valor de Valderrobres son los valderrobrenses de ahora y de siempre, sus gentes
humildes y trabajadoras, a la vez que alegres y festivas, acogedoras y
cosmopolitas, pero sobre todo gentes de cultura mestiza y por ello de talante
abierto, que no debaten por cómo hablan, sino que hablan para debatir.
Manuel Siurana Roglán,
11-04-2013
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