ARTÍCULOS DE MANUEL SIURANA

En este blog se recogen diversos artículos que han sido publicados por Manuel Siurana.

Monday, December 19, 2011

LA CRISIS ECONÓMICA ACTUAL II. CAUSAS

La crisis económica que actualmente estamos sufriendo en España tiene múltiples raíces, tanto internas como externas. Todas ellas parten de la precedente fase de auge económico, en la que tanto el PIB como el IPC nacionales crecieron muy por encima de la media europea, en buena medida gracias a las decenas de miles de millones que se invirtieron en nuestro país a través de los Fondos Estructurales y de Cohesión Europeos, que incentivaron un crecimiento que propició que los retornos vía beneficios por inversión realizada superaran a los de otros países avanzados de Europa, facilitando así la llegada masiva de capitales privados desde el exterior. La exhuberancia económica generada por las inversiones públicas y privadas foráneas influyó sobremanera en la sensación generalizada de riqueza nacional.
En paralelo los gobiernos de turno no sólo no intentaron contener la euforia, sino que la incentivaron al máximo, manteniendo o impulsando políticas fiscales favorables al ciclo, como determinadas desgravaciones fiscales y en especial las referidas a la compra de primera residencia o subvencionando directamente la renovación del parque automovilístico y la proliferación de las energías renovables, que comenzaron a convertir los campos y bosques de nuestro país en huertos solares y parques eólicos.
Las entidades financieras -tercera pata de la crisis- también se apuntaron a empujar la Rueda de la Fortuna, facilitando la concesión de hipotecas para la compra de viviendas, ya fueran primeras o segundas residencias, y préstamos fáciles para cualquier tipo de consumo.

En consecuencia se produjeron subidas generalizadas en la bolsa motivadas tanto por el crecimiento real de los beneficios empresariales, como por su futuro crecimiento virtual alimentado por unas expectativas favorables y por la disponibilidad de dinero para la inversión. En paralelo también se produjo un inusitado incremento del valor de mercado de los bienes inmuebles, incentivado tanto por la fluidez del dinero como por la escasez de suelo urbano. De manera que la economía no dejó de calentarse: los beneficios, el empleo, la sensación de riqueza y el consumo crecían sin parar y el paro disminuía sin cesar. Provocando importantes consecuencias, como el aumento exponencial de los ingresos del Estado vía impuestos y vía cotizaciones sociales, que se tradujeron en un gran incremento de los Fondos de Reserva de la Seguridad Social y en un nunca visto por estos lares superávit del Estado, a los que hubo que unir los enormes ingresos con los que se encontraron los ayuntamientos gracias al sector del ladrillo, que multiplicó la solicitud de licencias de obras y posibilitó jugosas recalificaciones, cada vez más aceleradas a la par que agresivas tanto en lo económico como en lo paisajístico.
La rueda no hacía más que girar en nuestro favor hasta conseguir emborrachar a todos, ya fueran administraciones públicas, entidades financieras, empresarios o ciudadanos de a pie. La marca España se convirtió en un nuevo rey Midas, que consiguió que un país tradicionalmente emigrante pasara a acoger a centenares de miles de inmigrantes, que creyeron que aquí encontrarían un futuro lo suficientemente halagüeño que compensara el dolor de dejar atrás su tierra.
La acumulación de los ingresos en la Administración facilitó la multiplicación de administraciones, la creación de empresas públicas, las subidas salariales, el incremento de personal vía oposiciones o vía contrato, la política de subvenciones y de patrocinios o impulso de megaproyectos y en definitiva el incremento de los gastos corrientes y extraordinarios. A la vez que se facilitaron los pagos de favores políticos, se confundieron los intereses públicos y privados y se larvó una creciente corrupción, especialmente grave en los escalones más bajos de la administración local, pero más relevante en los grandes ámbitos del poder público.
En consecuencia, las expectativas económicas no dejaron de crecer. La Administración central del Estado y las autonomías pensaron que sus ingresos seguirían incrementándose a un ritmo acelerado (o en todo caso se mantendrían elevados) y lo tradujeron en una mayor laxitud fiscal, algunos impuestos fueron eliminados, otros reducidos, se devolvieron 400 € a los trabajadores, se creó el cheque bebé… Los trabajadores pensaron que su puesto de trabajo sería permanente y que sus salarios no dejarían de crecer y que, por lo tanto, podrían endeudarse fácilmente para disfrutar, a través de préstamos o hipotecas, desde ya mismo los bienes que no podían adquirir directamente, pero que, con las perspectivas vigentes, podrían pagar con suma facilidad en los años siguientes… Las entidades financieras también se endeudaron invirtiendo sus fondos en promociones inmobiliarias y en concesión de hipotecas de dudosa calidad y su endeudamiento lo cubrieron con ampliaciones de capital y otros sistemas de captación de recursos que pudieran cubrir los préstamos más que dudosos que habían concedido, pensando también en que su retorno compensaría con creces los riesgos asumidos.

A escala mundial sucedió algo parecido, en especial en Estados Unidos de Norteamérica, donde una oleada de crédito fácil lo invadió todo, gracias a la osadía de las entidades financieras que lo concedieron sin las garantías suficientes, pensando también en su eterna revalorización, que permitiría devolver el dinero captado a través de bonos-basura, que fueron comercializados como si fueran altamente solventes, aunque tras ellos no hubiera más garantía que el papel de regalo que los envolvía. La disponibilidad de fondos, la circulación constante de dinero, la disminución de las tasas de ahorro… provocaron un incremento de la demanda y una escalada constante de los precios de las materias primas, incluidos los alimentos, que, en algunos casos, también se vieron afectados por la demanda de algunas nuevas fuentes de energía…

La pólvora estaba acumulada y preparada, solo era cuestión de tiempo que alguien encendiera la mecha para que explotara con toda la virulencia posible para quemar a unos y otros, pero en mayor medida a aquellos que la tenían en el bolsillo.



Manuel Siurana Roglán, 19 de diciembre de 2011

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