En 2012, casi sin darnos cuenta,
se ha cumplido el cincuentenario de la finalización del primer año académico en
el Grupo Escolar de Educación Infantil y Primaria de Valderrobres. Esa
efeméride me da la excusa para trazar una brevísima aproximación a la historia
educativa de nuestro pueblo, desde el siglo XV hasta el año 1962. Lo que aquí
veréis escrito no pretende ser, ni mucho menos, un estudio definitivo, sino un
simple bosquejo que deberá completarse y revisarse en futuras investigaciones.
Hoy parece fuera de toda duda que
la educación es un pilar básico del sistema democrático liberal/social, en
tanto que facilita, aunque no garantiza, la igualdad de oportunidades. Por tal
motivo los poderes públicos están llamados a ser sus principales garantes. Pero
esta corriente de opinión es relativamente reciente y conviene que tracemos un
corto recorrido histórico centrado en nuestro pueblo para ver su evolución.
La educación en Valderrobres hasta el siglo XIX
Hasta el siglo XIX la educación no
era cuestión de Estado y por lo tanto, si la había y sobrevivía, era gracias al
voluntarismo de una o varias personas que en un momento determinado habían
considerado que su ejercicio era un bien necesario. Ese voluntarismo era tanto
más difícil cuanta más pequeña fuera una localidad y por lo tanto solía correr
a cargo de las pocas personas que contaban con cierto nivel cultural (curas en
especial, médicos, notarios y poco más), que en ocasiones enseñaban
privadamente a algunos niños y muchachos que pretendían encaminarse hacia ese
mismo oficio.
A veces algunos benefactores
quisieron extender la educación elemental a capas más amplias de la sociedad y
fundaron beneficios eclesiásticos, que, además de su función religiosa, debían
asumir tareas educativas. Y eso es lo que por fortuna ocurrió en Valderrobres,
donde mosén Bernardo Brifat creó el beneficio que llevaba su nombre y cuyo
poseedor tenía la obligación de celebrar algunas misas en la iglesia, tocar el
órgano en las misas y enseñar las primeras letras a los niños pequeños.
Un beneficio eclesiástico se
creaba cuando una o varias personas vivas decidían constituirlo, para lo cual
se solicitaban los permisos necesarios a la diócesis. Una vez autorizado, debía
dotarse con bienes y registrarse ante notario, especificando todas sus
peculiaridades y condicionalidades perpetuas. La dotación de bienes era
imprescindible porque es la que permitiría que el beneficiado que lo poseyera
pudiera sobrevivir y cumplir con las obligaciones establecidas en el momento de
su constitución. En cierto modo la disposición de un beneficio era algo así
como una herencia que se transmitía entre sus poseedores generación tras
generación, pero el disfrute de esa herencia traía aparejadas una serie de
obligaciones, que enseguida veremos. Antes aclaremos que la persona que era
nombrado beneficiado asumía un privilegio, en tanto que tenía la manutención
prácticamente asegurada de por vida (aunque había beneficios que no tenían
suficiente dotación). Por ese motivo, los fundadores solían poner determinadas
condiciones para quienes quisieran acceder al cargo, la principal solía ser que
los poseedores fueran descendientes de sus parientes, como es el caso del
beneficio que nos ocupa.
Se desconoce el año de fundación
del Beneficio de mosén Bernardo Brifat, pero sabemos que ya existía al menos
desde el año 1435, en que su poseedor era Bernardo Bergua. Inicialmente estaba
dotado con varias tierras: un campo de
viña de ocho jornales en las Valls, un
campo de seis jornales de viña y olivos en la partida de la Canaleta,
otro campo en la partida de las Valls situado junto al termino de Cretas, una
huerta de medio jornal en la Plana, otra huerta de medio jornal en la Plana (en la partida de les Sorts),
un huerto en la Acequiola de dos horas
de labrar situado antes del puente y otro de medio jornal en la Acequiola situado junto al camino de
Ráfales. A estas propiedades, en el año 1684, se añadieron otras que fueron
donadas por los esposos Domingo Celma e Isabel Celma: una casa situada en la
calle del Portal Barrinol (que servía como vivienda del beneficiado), una finca
situada en el camino de Arnes, plantada de cepas, olivos y frutales y otra
situada en las Valls. Sumando a mediados del siglo XIX unas rentas anuales de
769 reales y 20 maravedíes.
Todas las propiedades aquí
enumeradas quedaban vinculadas al beneficio y las rentas que reportaban servían
para pagar la manutención del beneficiado, que era nombrado por un patronato
que lo presidía el Ayuntamiento y que a la hora de escoger a sus poseedores,
desparecidos los miembros de la familia del fundador, anteponía a los naturales
de Valderrobres, si bien, a falta de estos, podía elegir a quienes considerase
“útiles y convenientes”. Ese beneficiado, como hemos indicado, ejercía las
funciones de sacerdote, organista y maestro, pero podía no ser ni sacerdote ni
organista ni maestro, aunque se prefería que sí lo fuera. En algunos momentos,
cuando no había candidatos adecuados, el patronato nombraba provisionalmente a
alguien para ejercer sus funciones. Cuando existía poseedor, si no era
sacerdote, debía encargarse de que algún clérigo realizase las misas que le
correspondían y si era sacerdote, pero no sabía o no podía ejercer como
organista o maestro, debía contratar a alguien para que lo hiciera. En algunas
ocasiones el poseedor del beneficio comenzaba como tonsurado y de allí iba
ascendiendo a subdiácono, diácono y presbítero y a veces se podía ayudar de
algún seglar para impartir la educación.
Esa educación era muy elemental:
leer, escribir, contar, doctrina cristiana, música, canto y poco más y estaba
limitada a los niños. Las niñas no accedían a ningún tipo de educación, a lo
sumo la que pudieran recibir las hijas de familias ricas en el propio hogar o
gracias a otras mujeres, que sobre todo les enseñaban las labores propias de su
sexo.
Las personas que oficialmente
ostentaron el beneficio de Bernardo Brifat, y por lo tanto ejercieron como
maestros en nuestro pueblo, fueron Juan Bautista Pastor Rodrigo (entre 1600 y 1622),
Lucas Ferrer (entre 1628 y 1643), Pedro Real que era natural de Ráfales (entre
1655 y 1691), Miguel Juan Malet Valentí (entre 1695 y 1700), Francisco Crespo
Celma (entre 1713 y 1724), Miguel Rebull Valentí (entre 1731 y 1778), Joaquín Arrufat
Icart (entre 1790 y 1823) y Ramón Valentí Meseguer (entre 1824 y 1850), aunque muchos
de ellos se ayudaron de otros maestros seglares, que en muchos casos
permanecieron muy poco tiempo entre nosotros, salvo Juan Colás de Vea
(1580-92), Bartolomé Marroquín (1598-1605), Miguel Rebull (1689-1730), Valero
Aguilar (1739-1771) y Francisco Gargallo (1779-1788); destacando el caso de
Miguel Rebull, que era natural de Horta y actuó como maestro de niños y
organista hasta que le sustituyó su hijo Miguel Rebull Valentí, eclesiástico
que era maestro, pero no tañedor de órgano, que contó con la ayuda del
organista José Micolau (1746-1774).
Los cambios educativos del siglo XIX
En la segunda mitad del siglo
XVIII, con el progreso de la ideología ilustrada, se tomó conciencia de la necesidad
de la educación, pero ésta no se concretó hasta el Informe Quintana de 1813,
que establecía la instrucción universal, uniforme, pública, gratuita (a cargo
de los ayuntamientos) y libre para los niños de este país, lo que se fue
materializando en las décadas siguientes.
La progresiva irrupción del
liberalismo facilitó y a la vez dificultó la extensión de la educación. La
facilitó en tanto que la reguló y la dificultó en tanto que la dejó sin medios
de financiación. En el caso de pueblos como Valderrobres, mientras siguió
existiendo el beneficio de Brifat no hubo problemas de financiación, pero la
desamortización de los bienes eclesiásticos y comunales del año 1855 fue letal,
ya que las propiedades del beneficio fueron expropiadas por el Estado y luego
subastadas (a título de ejemplo el huerto de medio jornal situado en la
Acequiola junto al camino de Ráfales fue vendido por 3.040 reales). Quedando el
beneficio sin medios económicos para sostener al maestro y lo que es peor,
quedando el Ayuntamiento sin los recursos propios para hacerse cargo de dicha
función.
Poco después, en el año 1857,
nacieron la Ley de Bases y la Ley de Instrucción Pública o Ley Moyano, que con
diversas reformas se mantuvo vigente hasta la Ley General de Educación de 1970.
La Ley Moyano establecía la enseñanza obligatoria pero segregada para los niños
y niñas de 6 a 9 años, a quienes se enseñaba lectura, escritura, gramática,
ortografía, aritmética, geometría, dibujo y rudimentos de historia, geografía y
ciencias; aunque para las niñas se sustituían estas últimas materias por las
labores y la higiene doméstica.
El salario del maestro y de la
maestra se fijaba por ley. Ellos inicialmente en Valderrobres, por el tamaño de
la localidad, cobraban 3.300 reales anuales y ellas 2.200. Además su salario,
que era muy bajo (se solía decir que se “pasaba más hambre que un maestro”) se
completaba con una pequeña aportación de aquellas familias que podían hacerlo.
Los encargados de pagar eran los ayuntamientos, pero era muy habitual que cada
vez se retrasasen más en el abono de los salarios, hasta llegar a demoras de
más de seis meses. Afortunadamente en el año 1901, el conde de Romanones
estableció que el salario de los maestro correría a cargo del Estado, en tanto
que los ayuntamientos seguirían proveyendo su vivienda y la escuela.
En nuestro pueblo, el Ayuntamiento
dispuso que las escuelas se situaran en el Palau y en el Hospital, edificios
que hasta su desamortización habían sido propiedad de la Iglesia. Más tarde
también se habilitó el edificio, ahora tienda de electrodomésticos, situado
junto al puente de hierro.
El primer maestro seglar titular
de Valderrobres fue Francisco Martín Rodrigo, que ya había comenzado a ejercer
desde el año 1847 y que se jubiló en el año 1896. Ejercía como maestro y como
organista, tarea por la que cobraba aparte. La primera maestra que hubo en
Valderrobres fue Inés Carbó, que era natural de Iglesuela del Cid y que ejerció
desde 1857 hasta su defunción en 1881, luego le sustituyeron María Manuela
Altés y Evarista Cros. Hacia 1870, debido al constante aumento de la población,
se proveyó una segunda plaza de maestro que fue ocupada primero por Francisco
Polo y luego por Benón Juste.
A partir de 1880 ya se
establecieron dos maestros y dos maestras. Y en el año 1885 en Valderrobres se
contabilizaban un total de 80 alumnos y 70 alumnas. Entre los maestros los que
más años ejercieron en Valderrobres fueron Florencio Guallart (al menos entre
1903 y 1925), Teodoro Rubio (entre 1910 y 1917) y Vicente Ferrer (entre 1922 y
la Guerra Civil). Entre las maestras, Soledad Hernández ejerció entre 1902 y
1908, pero las que más años estuvieron entre nosotros fueron Cándida Antolín
(entre 1912 y 1957) y Plácida Antolín (entre 1919 y 1959).
La Ley Moyano regulaba la
posibilidad de que se pudieran crear establecimientos educativos privados y así
se hizo en nuestro pueblo cuando en el año 1923 las Hijas de la Caridad de San
Vicente de Paúl, con Sor Carmen Gómez al frente, abrieron el Colegio de María
Inmaculada, que se ubicó en la esquina de la calles Huesca y Santa Águeda (el
parvulario estaba en la placeta), para, después de la Guerra Civil, pasar al
edificio donado por Asunción Tomás Foz, situado en la calle de La Paz. En ambos
lugares se impartió el parvulario mixto y la educación elemental e incluso la
secundaria libre y otras enseñanzas para las chicas y chicos.
La educación tras la Guerra Civil
Tras la Guerra Civil, además de
doña Cándida y doña Plácida, entre otros, ejercieron como maestros Antonio Gil,
Gerardo Oscáriz y Juan Antonio Rodríguez.
Los últimos años de la década de
los cincuenta fueron especialmente importantes, puesto que el franquismo, por
pura supervivencia, inició una ligera apertura que tuvo importantes efectos
económicos y sociales con el Plan de Estabilización que facilitó el ulterior
desarrollo económico, que a su vez propició la transformación de diversos
sectores económicos y sociales. Un ejemplo de ello sería la construcción de los
grupos escolares rurales, entre ellos el de Valderrobres, cuyas obras fueron
adjudicadas a una empresa foránea que las dejó inacabadas, teniendo que ser
reemprendidas por los albañiles Rives y Ferrás.
El primer curso académico que se
impartió en las nuevas escuelas fue el del año 1961-62 y los maestros eran
Santiago Gómez, Joaquín Costa y Pedro Foz y las maestras Antonia Espada, Carmen
Fortea y Concepción Clúa.
Dicho centro inicialmente contaba
con seis aulas, ya que las casas de los maestros y maestras se completaron un
poco después. Tal como relataban los contemporáneos, el nuevo grupo escolar era
infinitamente mejor que las anteriores escuelas, ya que el sol y el aire
penetraban por unas ventanas adecuadamente orientadas, a la vez que las aulas
fueron dotadas de libros y nuevos materiales. Así mismo la apertura del grupo escolar
facilitó la canalización de la acequia, la construcción de la Avenida de Madrid
en lo que era el antiguo camino de la Acequiola y la construcción de unos
jardines, de los que aún disfrutamos. Además la extensión de la educación a los
niños que vivían en las masías obligó a crear un comedor escolar que se situó
en las antiguas escuelas.
La información aquí contenida ha
sido elaborada a partir de datos extraídos del Archivo General de la
Administración, del Archivo Histórico Nacional, del Archivo Provincial de
Teruel, del Archivo Parroquial de Valderrobres, de diversos anuarios
estadísticos, de los programas de fiestas, del Informe Quintana y de la Ley
Moyano.
Manuel Siurana Roglán, enero de 2013